Johnny Depp contra Amber Heard: los hombres (maltratados) hemos ganado

En mayo de 2016, cuando TMZ dio la noticia de que un juez le había otorgado a la actriz Amber Heard una orden de protección temporal contra su entonces marido, Johnny Depp, la historia tardó menos de un día en ser recogida por USA Today, el Today Show, The Guardian e innumerables medios amarillistas. The New York Post se refirió a Depp como un “borracho, paranoico, golpeador de esposas que arroja botellas de vino” en su sensacionalista resumen de las afirmaciones de Heard cuando solicitó la orden de protección. La portada de la revista People mostraba a Heard con moratones alrededor de los ojos y un labio magullado. La portada de la revista prometía llevar a los lectores “dentro de su matrimonio tóxico”.

Dos años más tarde, después de que despegara el movimiento #MeToo, Heard publicó su propio artículo de opinión en el Washington Post. El artículo, escrito y programado para coincidir con la nueva película de Heard, Aquaman, pedía esfuerzos como reautorizar la Ley de Violencia contra la Mujer (Violence Against Women Act), que financia medidas políticas a la violencia de género, y oponerse a nuevas regulaciones en torno a enmiendas (Título IX) que reducen la responsabilidad de responder a las denuncias de agresión y acoso sexual. Heard no nombró explícitamente a Depp, pero se refirió a su experiencia personal de haberse convertido, en 2016, en “una figura pública que representa el abuso doméstico”. También añadió que había visto “en vivo, cómo las instituciones protegen a los hombres acusados ​​de maltrato”. El titular de Washington Post apareció en su tuit sobre el artículo: “Amber Heard: hablé en contra de la violencia sexual y me enfrenté a la ira de nuestra cultura. Eso tiene que cambiar”.

El juicio paralelo

Estas declaraciones sentaron las bases de un circo mediático televisado durante seis semanas que ha competido con noticias de tiroteos en colegios, la incansable pandemia y la guerra en Ucrania. En el juicio paralelo, las redes sociales se inundaron de mensajes de odio anti-Heard. Depp pedía 50 millones de dólares por daños y perjuicios; ella presentó una contrademanda de 100 millones de dólares alegando que Depp la difamó cuando su abogado le dijo a la prensa que sus afirmaciones de maltrato eran un “engaño” y una “emboscada”. En particular, Depp ya perdió un caso de difamación contra  The Sun en el Reino Unido, después de que el juez dictaminara que ese artículo que le señalaba como “maltratador de esposas” era correcto y que Depp había agredido a Heard en 12 ocasiones.

A pesar de las posibles malinterpretaciones, los miembros del jurado que fallaron a favor de Depp en un tribunal de Virginia, no estaban decidiendo si Depp abusó de Heard, o si Heard abusó de Depp (o ambos), sino si sus palabras en el artículo de opinión equivalen a “difamación”. ¿Era falso que Heard dijera que se había convertido en “una figura pública que representa el abuso doméstico”, dos años después de la portada de la revista People? ¿Sus palabras, no sus acusaciones originales de 2016, sino las implicaciones de su artículo de opinión de 2018, dañaron la reputación de Depp? 

Al centrarse en estas preguntas, el juicio de Depp-Heard trata cuestiones mucho más profundas que quién de ellos está equivocado: trata de si los hombres víctimas de violencia doméstica pueden hablar sobre sus experiencias sin que se les ignore o sin que se burlen de ellos; siempre obligados a probar su inocencia más que su victimización. 

Se puede ser una feminista convencida y aún así reconocer que la demanda de Depp es parte de una tendencia emergente. Desde el impacto social del movimiento #MeToo, las demandas por difamación presentadas por hombres acusados ​​de conducta sexual inapropiada se han convertido en la única herramienta legal para contrarrestar las acusaciones y castigar a quienes las hacen. Un paralelismo en España lo encontramos en la denuncia de Antonio David Flores contra Mediaset por despido improcedente justo cuando emitieron la docuserie, “Rocio, contar la verdad para seguir viva”, en la que su exmujer le acusaba de maltrato y de haber puesto a sus hijos en contra. En este caso, como explicaba el difamado recientemente, “el que acusa es el que debe demostrar la culpabilidad de la otra parte”, refiriéndose que sigue a la espera de que Rocío Carrasco abra de nuevo (con alguna evidencia que no sea testimonial) el procedimiento de violencia de género contra él, que ya fue sobreseído en su momento. Insistimos, siempre es el hombre el que debe demostrar su inocencia aunque el daño ya esté hecho. 

“Amber Heard no es un meme”

Si los abogados ya estaban preocupados por el aumento de las demandas por difamación del #MeToo, la virulencia extrema dirigida a Heard en internet ha demostrado cuán poderosas pueden ser tales demandas para aprovechar la opinión pública. El jueves, Heard confesó que recibe amenazas de muerte todos los días. Ciertamente, tanto las redes sociales como la misma transmisión del juicio en YouTube revelan un torrente de comentarios cobardes y machistas criticando a Heard por llorar o no llorar lo suficiente, llamándola “cazafortunas” y “loca lunática”, incluso adelantando un diagnóstico clínico sobre supuestos trastornos de personalidad que revelaría Heard en su intervenciones, lo que abre otro agujero para estigmatizar a otras personas con enfermedades mentales, que no necesariamente son malas personas.

Otros slogans pretenden invertir el valor del movimiento #MeToo, usando hashtags sarcásticos, #MePoo o #AmberTurd, en referencias a la escatología de algunos episodios comentados en el juicio. En Tiktok, los memes se vuelven más creativos, frívolos y obscenos, y más que ayudar a la causa por restablecer el honor de un hombre vilipendiado y que muy probablemente haya sufrido violencia doméstica, han enturbiado la trascendencia del asunto.

Y aquí nos detenemos para reflexionar en torno a los medios que se han utilizado para deslegitimar las acusaciones de Heard. Está claro que la campaña de desprestigio que sufrió el actor (previa a condena) y sus cancelaciones en producciones millonarias tienen más que ver con el auge de la cultura de la cancelación en EE.UU. y la cobardía empresarial de Disney, que con lo que el feminismo presume ser. No obstante, el vía crucis que se le ha aplicado a Depp no debería ser replicado en el caso de Heard: así sólo perpetuamos un sistema de escrutinio moral muy peligroso (para ambos sexos). Es un error no haber tratado a Amber como pedimos que se trate a los hombres acusados de violencia de género.

Como bien apuntaban los compañeros de The Tin Men, “Amber Heard no es un meme”. Todas las burlas y vejaciones que se han publicado no hacen más que empañar la conversación seria y trascendental que debería tener la sociedad. Una oportunidad para que el feminismo hegemónico reconociera sus propios errores al prejuzgar al hombre ha sido menguada por una turba infantil más preocupada en deshumanizar y ensañarse con una persona, que por defender los derechos de los hombres maltratados. Hemos desaprovechado lo que podría haber sido un punto de inflexión en el contexto de la violencia silenciada que sufren los hombres, para apuntarnos todos “los bandos” a un nuevo e irrefutable consenso. La guerra cultural seguirá bombardeando la opinión pública y las respuestas que buscamos quedarán enterradas.

¿Hay esperanza para los hombres?

A lo largo del juicio, Depp ha sostenido que nunca agredió a Heard, es más, su equipo legal argumenta que ella fue la principal agresora en la relación, tanto física, verbal y emocionalmente. La empatía del público por esta versión de la historia ha calado entre las víctimas masculinas que se identifican con él. Tras el desarrollo del juicio y, sobre todo, ver a Depp declarando sus intimidades ante todo el país, varios hombres contactaron con NBC News para relatar sus experiencias como víctimas de violencia doméstica y sexual. Esto les animó a hablar sobre sus propias experiencias con sus amigos por primera vez, lo que podría suponer el principio del fin del tabú.

Y éste es el matiz más importante del caso: que los hombres pueden ser víctimas de violencia doméstica también; que no hay nada de lo que avergonzarse y que debemos ser valientes para que la verdad se sepa. Y que no por ello vayamos a anular a las víctimas femeninas, ni a bloquear el “avance” del feminismo -por lo menos el que sí que defiende una igualdad real- como algunos aliados apuntan y demuestran no haber aprendido nada, sino que lo va a mejorar, porque estos precedentes sirven de mecanismo de seguridad para que los maltratadores y las maltratadoras no instrumentalicen el sufrimiento de las verdaderas víctimas. La denuncia de Jhonny Depp no contradice la denuncia de otras mujeres, pero sí disuade a las tramposas para no denunciar falsamente.

Según una encuesta del Centro Nacional de Prevención y Control de Lesiones (CDC), en USA casi 1 de cada 7 hombres experimenta violencia física grave por parte de una pareja a lo largo de su vida. En Reino Unido un 51% de los hombres que fueron posteriormente reconocidos como víctimas llegó a denunciar una situación de maltrato, mientras que de las mujeres sólo un 19% no se atrevió a denunciar. Ojalá que tanto las asociaciones que trabajamos para ayudar a estos supervivientes seamos capaces de minimizar esta brecha de género, que al feminismo hegemónico no le importa ignorar.